martes, 28 de febrero de 2012

Sueños de verano, Capítulo seis

El taxi les dejó en la puerta de urgencias. Allí les estaba esperando un hombre mayor, de pelo canoso y piel arrugada, con la tez morena. Tenía una espalda poderosa y unos brazos imponentes rematados con unas inmensas manos; era el padre de Daniela. Al verlos llegar juntos preguntó que quien era Rodrigo, Daniela le contestó que era amigo de Juan Pablo. Tras esto le dio un fuerte apretón de manos y entraron.

Tras entrar en el hospital pasaron de inmediato a la sala de espera, una habitación lúgubre y mal iluminada, reflejo de los angustiosos sentimientos que allí se manifestaban. Reconoció de inmediato a los padres de Juan Pablo, que estaban en un rincón rodeados de unos pocos familiares. Su madre lloraba a lágrima viva mientras su padre la abrazaba fuertemente, dándole su apoyo a la vez que recibiendo su calor para poder ser fuerte.  Pese a que  intentase mostrar fortaleza, en el rostro del padre de Juan Pablo también se dibujaban los surcos de las lágrimas y el sentimiento de culpabilidad: el accidente había sido con su harley. Rodrigo no se atrevió a acercarse a ellos, pese a que los conocía desde hacía años.


- ¿Familiares de Juan Pablo Gutiérrez? -dijo una enfermera que había salido por una de las puertas-.

Todos los familiares de Juan Pablo se acercaron deseando escuchar que estaba bien, que había salido de aquella dura prueba del destino. Rodrigo, sin embargo, se mantuvo a cierta distancia, poseído por un miedo sobrecogedor, el miedo que se siente ante la incertidumbre de no saber si la guadaña de la oscura sombra de la muerte ha segado la vida de un ser querido. Además de aquel miedo, Rodrigo se sentía consternado por haberse librado de aquel terrible suceso. Tan solo un no a la pregunta "¿quieres que te lleve a casa de mi prima?", tan solo unos minutos más, y quizás él también estaría ahora en una camilla, rodeado de médicos que intentaban salvarle mientras la vida se le escapaba en cada suspiro. O quizás pudiese haber enmendado el comportamiento temerario de su amigo. La culpabilidad le asaltó, al igual que el miedo y la angustia. La voz de la enfermera le sacó de aquellos oscuros pensamientos.

-Juan Pablo se ha estabilizado dentro de la gravedad. Se le mantendrá en la unidad de cuidados intensivos. Su vida sigue corriendo peligro pero está evolucionando bien. Podrán pasar a verle en un rato, tengan paciencia.

Los familiares de Juan Pablo respiraron un poco aliviados, al menos seguía vivo y se había estabilizado. Rodrigo, sin embargo, no conseguía calmarse. Aun le temblaban las piernas de pensar lo que a él mismo le podía haber pasado. Seguía cerrando los puños y apretando los dientes pensando que solo él había tenido en su mano evitar aquel desastre. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, aun sin saber muy bien por qué lloraba. Unas lágrimas eran de tristeza, otras de impotencia y rabia, la mayoría de miedo. Sumido en aquella tempestad de sentimientos que humedecía su cara y castigaba su alma, vio de pronto venir la calma.

Daniela se acercaba hacia él, aun con los ojos irritados y la cara descompuesta, pero con una leve sonrisa en los labios. Le abrazó y le susurró al oído que todo iba a salir bien. Él también la abrazó y le acarició el pelo. Aquel abrazo fue la fuerza que Rodrigo necesitó para calmarse, para poner en orden su cabeza y su corazón. La sensación de opresión en el pecho desapareció poco a poco, y fue dejando paso a una cálida sensación de bienestar. Tras abrazarse durante largo rato tomaron asiento un poco apartados, con las manos entrelazadas.

Los profundos ojos marrones del robusto padre de Daniela no apartaban la mirada de la pareja, por un lado aliviado por saber que su hija tenían un consuelo que quizás él, hombre rudo, no podría proporcionarle, y por otro preocupado por su pequeña, como lo haría cualquier padre que ve como su niña crece demasiado rápido. Sin embargo, en aquel momento aquello no era el mayor de los problemas de una familia golpeada con fuerza por el dolor y el miedo. Apartó la mirada de su hija y de aquel muchacho y abrazó con fuerza a su esposa, que estaba profundamente afectada.

Rodrigo había cruzado un segundo la mirada con el padre de Daniela. Pese a tener los ojos llenos de lágrimas y no poder distinguir bien los detalles, había sentido la poderosa mirada de aquel hombre sobre sí. Había sido una mirada dura y amable, una mirada que mezclaba sentimientos contrapuestos. Pero a Rodrigo aquello le parecía normal, nadie en aquella sala podía tener claras sus ideas. Él, sin embargo, si tenía un sentimiento claro, pese al remolino de pasiones que aun agitaba su corazón. Ese sentimiento era el que le transmitía Daniela. No sabía si podía pensar ya en amor, pues creía que era demasiado pronto y, sobre todo, porque nunca antes había conocido el amor hacia una mujer . Sin embargo, las mariposas que revoloteaban en su estomago cada vez que pensaba, veía y sentía a Daniela le decían que aquello, de no ser amor, debía de parecérsele mucho.

La enfermera volvió a salir y les anunció que podían pasar. Rodrigo esperó a que los familiares entrasen, se sentía demasiado poco importante al lado de aquellas personas que habían visto nacer y crecer a su amigo como para querer entrar primero. Daniela adivinó el pensamiento de Rodrigo y permaneció a su lado sujetándole la mano mientras recibía de él el calor y fuerza necesaria para seguir pensando en positivo. Pasados unos minutos Daniela le susurró al oído que había llegado la hora de ver a Juan Pablo. Rodrigo asintió, se levantó y se encaminó hacia la puerta de la angustia, donde tantos sueños se desvanecen y tantas vidas se esfuman.

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