domingo, 11 de marzo de 2012

Sueños de verano, Capítulo siete

La puerta de la sala de espera dio paso a un pasillo lúgubre en el que iban y venían médicos y enfermeras con prisa. Rodrigo y Daniela solo pudieron pasar a ver a Juan Pablo cuando algunos familiares salieron, pues no podían entrar todos a la vez en el espacio donde estaba la camilla de su amigo. El olor a suero y medicamentos que imperaba por aquellos pasillos se le coló por la nariz e impregnó su ropa haciéndole sentir sucio y enfermo. Deseó entonces escapar de allí, librarse de aquel dolor que lo había maltratado y que seguiría maltratándolo al cruzar las cortinas que lo separaban del maltrecho cuerpo de su amigo, pero sabía que no podía cometer aquella cobardía, debía de permanecer junto a Daniela y juntos enfrentarse a aquella terrible prueba.

Cuando por fin entraron en el aquel espacio delimitado por cortinas Rodrigo sintió un gran alivio. Había imaginado mil formas de encontrarse a su amigo, desde mutilado hasta desfigurado, pero cuando vio que no le faltaba ningún miembro y que su cara solo tenía unos arañazos se sintió aliviado. Sin embargo, el rostro de Juan Pablo estaba espantosamente pálido y tenía la cabeza, los brazos y las piernas vendados y estaba lleno de tubos por todas partes. Las lágrimas comenzaron a correr por el rostro de Daniela, y esta vez fue Rodrigo el que acudió a ella para consolarla. Le dio un abrazo fuerte y tierno mientras sus ojos se llenaban también de lágrimas, pues, aunque había sentido alivio al comprobar que su amigo no estaba tan mal como había imaginado, su estado era verdaderamente lamentable.

Se acercaron los dos juntos a la cama, cogidos de la mano firmemente. Lo siguieron observando, ambos querían tocarle, abrazarle incluso, pero con todas aquellas vendas y tubos parecía que al mínimo roce lo dañarían, daba la sensación de que era tan frágil como el cristal. Daniela, que se había mantenido fuerte hasta aquel momento, se derrumbó ante aquella grotesca escena. Ella, al contrario que Rodrigo, se había imaginado que Juan Pablo estaría en mejor estado, incluso había pensado que estaría consciente y que podría regañarle por su estupidez, aunque fuese en un tono cariñoso. Verlo así le hacía un daño atroz, tanto que sus fuerzas se desmoronaron y se sentía incapaz de articular palabra y de moverse.

Rodrigo percibió que Daniela se encontraba ahora mucho peor que él. Había empezado a sudar, a respirar con dificultad y se la notaba alterada. Quiso sacarla de allí tirándole de la mano pero Daniela no se movía. Su pecho subía y bajaba cada vez más rápido y su respiración se aceleraba cada vez más y se hacía más penosa. Rodrigo la cogió en brazos ante su visible malestar y la sacó de allí. Llamó a un médico  y en seguida acudió una enfermera mientras que los padres de Daniela corrían hacia ellos asustados. La enfermera le indicó a Rodrigo que depositara a Daniela en una camilla que había cerca de allí mientras que ella llamaba al médico. Pronto acudió una doctora que inspeccionó a Daniela.

"Esta pobre chiquilla ha sufrido mucho, le daremos unos calmantes" alcanzó a decir la doctora mientras pedía el material necesario para ayudar a Daniela. Rodrigo acudía a todo aquello cuando las lágrimas por Juan Pablo estaban aún húmedas en su rostro. Permaneció impasible al lado de Daniela, ahora no había lugar para el miedo o la angustia, ella lo necesitaba. Rodrigo le mantuvo la mano apretada hasta que los calmantes comenzaron a hacer efecto y el padre de Daniela decidió llevársela a casa. Aquel coloso de piel morena y pelo canoso se acercó a Rodrigo lentamente, llevando impresa en la mirada una gran tristeza.

- Muchacho, es hora de que me la lleve. Debe descansar y este lugar no es bueno para ello.
- Por supuesto, señor. ¿Podré visitarla mañana?-dijo Rodrigo armándose de valor-.
- He visto como os mirabais, como os cogíais la mano y como os abrazabais. Al principio he sido reticente a aceptar que mi niña ya sea mayor para esas cosas, pero hoy has compartido con mi familia un sufrimiento muy grande y has apoyado y ayudado a mi Daniela. Has demostrado que eres un buen muchacho, por lo que tienes permiso para venir a mi casa a ver a mi hija.
- Gracias, señor-alcanzó a decir Rodrigo, sorprendido por todo lo que le había dicho el padre de Daniela-.
- ¿Cómo te llamas muchacho?
- Rodrigo
- Yo soy Ernesto. Te veré mañana, Rodrigo-dijo apoyándole su poderosa mano en el hombro-.
- Hasta mañana, Don Ernesto.

Rodrigo vio alejarse a Ernesto llevando a su hija en una silla de ruedas mientras su mujer les acompañaba. Daniela estaba bajo los efectos de los calmantes y tenía la mirada perdida. Cuando desaparecieron por la puerta de urgencias Rodrigo volvió al lugar donde se encontraba Juan Pablo. Allí estaban sus padres, que seguían muy afectados. Con un nudo en el estomago, pero con una curiosidad irrefrenable, les preguntó con poco tacto por lo que había pasado. Pese a que no fuese una pregunta demasiado adecuada en aquel momento, los padres de Juan Pablo se lo contaron todo, posiblemente porque conocían a Rodrigo desde hacía años y sabían cuanto quería aquel muchacho a su hijo.

Juan Pablo se había estrellado contra un coche que frenó bruscamente delante suya en la carretera. Afortunadamente no le había dado tiempo de acelerar tanto como lo había hecho cuando Rodrigo lo acompañaba en su temeraria carrera. Rodrigo pensó en la frase que Juan Pablo le había dicho, "a esta velocidad seguro que nos matamos los dos". Se estremeció al pensar como cortaban el viento sobre aquella bestia de metal y el impacto tan brutal que podría haber resultado de aquello. Rodrigo abrazó a los padres de su amigo y se despidió, prometiendo que volvería al día siguiente. Tras esto salió de la habitación y se dirigió a la puerta de urgencias, donde se subió a uno de los taxis que por allí esperaban y le indicó la dirección de su casa.

En el trayecto de vuelta no pudo evitar que acudieran a su mente miles de pensamientos: el accidente de Juan Pablo, la reacción de Daniela al ver el cuerpo maltrecho de su primo, los padres de Juan Pablo, Ernesto, toda la dicha que sintió antes de aquel infierno... Pese a todo lo que había acontecido, al recordar que tan solo unas horas antes había besado a Daniela y habían estado abrazados y desnudos sobre su cama, esbozó una leve sonrisa. Pero pronto se le borró. Había experimentado sentimientos demasiado contrapuestos en cuestión de horas, y esto provocaba en su cabeza una terrible confusión. Deseaba que Juan Pablo se recuperase, pero al mismo tiempo no podía evitar sentirse molesto con él por su carácter temerario y su poca madurez. Ese carácter irresponsable le había arrancado de los brazos de Daniela, destrozando un momento que debía ser perfecto, había perturbado el dulce carácter de aquella joven de tierno rostro y sembró el dolor en todos los que le querían.

El taxi avanzaba por las oscuras calles de la ciudad apenas iluminadas por las farolas. Rodrigo, en su interior, contemplaba la ciudad dormida a través de los cristales mientras seguía dándole vueltas a todo. Cuando el taxi entró en su barrio decidió dejar de pensar en todo aquello, pues el peso del dolor aplastaba su cansado cuerpo. Pensaba que la almohada le ayudaría a digerir todo aquello y al día siguiente tendría de nuevo fuerzas para poner todo en orden y seguir luchando contra el dolor.

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