martes, 14 de febrero de 2012

Sueños de verano, capítulo cuatro

La luna llena se alzaba sobre las casas, magnánima y brillante, como esplendoroso reflejo del poder que la noche ejerce sobre los hombres. Habían pasado varios días desde que, como un destello celestial, Daniela había aparecido en su vida. Habían pasado también varios días desde que el beso intuido en sus labios fue el preludio de una hermosa historia de dicha sin igual. La había llamado, había hablado largo rato con ella por las tardes, pero no había vuelto a verla. Ahora se encontraba apoyado en la baranda de su balcón contemplando la luna, pues la magia de esta le recordaba a Daniela.

Estaba absorto en sus pensamientos, cuando de repente el ruido de un motor le hizo volver a la realidad. Era un rugido potente que rasgaba el aire en su veloz carrera, el ruido que hace una harley a toda velocidad. Se quedó maravillado. Nunca le habían gustado en exceso las motocicletas, pero tenía que reconocer la belleza de aquel coloso de metal que se acercaba desde el final de la calle. Siguió la trayectoria de la moto hasta que esta se paró justo delante de su puerta. El motorista miró a Rodrigo, se quitó el casco y se peinó el pelo hacia atrás con la mano, dejando caer unos mechones de pelo hacia delante. Era Juan Pablo

- ¿Juan Pablo?
- Sorprendido ¿eh? ¿Te gusta mi nuevo juguetito?
- ¿De dónde la has sacado?
- Se la he cogido prestada a mi padre ¿Vienes a dar una vuelta?
- Claro. Espera, que bajo.

Se montó en la parte de detrás, sin casco. Cuando la bestia comenzó a rugir de nuevo sintió un leve cosquilleo en el estómago. Comenzó a rodar sobre el asfalto con una potencia sobrecogedora. El viento comenzó a acariciarle la cara, suave al principio, más violento conforme la velocidad aumentaba. Salieron del pueblo y enfilaron una larga carretera, con la velocidad como amiga y la temeridad como peligrosa compañera. Adelantaban a los coches como si estos estuvieran inmóviles sobre el asfalto; no había experimentado una sensación de velocidad tal en toda su vida. Comenzó a subirle el miedo del estómago a las sienes: un impacto a aquella velocidad sería fatal.

- ¡Juan Pablo ve más despacio!
-¿Tienes miedo?
- Tu llevas casco, yo no.
- Tranquilo amigo mío, a esta velocidad seguro que nos matamos los dos, llevemos o no casco-dijo entre carcajadas-.
- No me hace gracia. Estás loco. Para.
- Está bien, está bien. Vaya primo más cobarde que me he echado.
- ¿Qué?
- ¿Crees que no me iba a enterar? Mi prima no hace más que hablar de ti. A ver cuando me invitas a unas cervezas para agradecérmelo-dijo mientras reducía la velocidad considerablemente-. ¿Quieres que te lleve a su casa?
- No estaría mal, pero hazlo a una velocidad a la que no me lloren los ojos.
- De acuerdo.

Al cabo de unos minutos llegaron a casa de Daniela. Rodrigo no sabía por qué había accedido a aquello, ahora le asaltaba el rubor solo de pensar en lo que estaba haciendo, pero ya no había vuelta atrás. Le pidió a Juan Pablo que fuese él quien llamase a la puerta, pues era presa de la timidez. Juan Pablo, entre risas, accedió. Daniela salió con el pelo mojado, cubriéndose el cuerpo con una toalla. Se sorprendió al ver a Juan Pablo, pero más aun cuando vio a Rodrigo unos metros más allá, junto a la moto de su tío. Daniela enseguida se ruborizó y encajó la puerta.

- Venga Dani, que Rodrigo quiere verte.
- Puede esperar a que me seque y me vista, digo yo- respondió Daniela con la voz entrecortada-.
- Claro que puedo esperar- respondió Rodrigo nervioso, sintiendo como se sonrojaba cada vez más-
- Vaya dos. Bueno, que os vaya bien, yo me voy. He quedado con una chavala impresionante. Ya te contaré Rodrigo.

Dicho esto se montó en la harley de su padre y se marchó cortando el aire con el rugido del motor de aquella preciosa bestia metálica. Rodrigo miró hacia donde estaba Daniela. Esta le observaba a través de la rendija que dejaba la puerta entreabierta. Su rostro estaba sumido en la penumbra, tan solo se hallaban iluminados sus ojos por la tenue claridad de las farolas y por un brillo especial, un brillo hermoso y humano, el resplandor de los sentimientos que afloran de un corazón agitado.

Rodrigo se acercó atraído por una potente fuerza, la fuerza de la mirada de Daniela, del deseo de sus labios y de la sensualidad de su cuerpo apenas cubierto con la toalla. Se quedó a unos centímetros de ella oliendo el perfume de su cuerpo jabonado. El rubor se apoderó de su rostro mientras el deseo lo hacía de sus ojos y sus labios, Daniela estaba más bella que nunca.

-Deberías haberme avisado Rodrigo, no estoy ni siquiera vestida -dijo Daniela más atenta a sus labios que a sus ojos-.
- Ha sido todo improvisado, Juan Pablo me ha propuesto venir y no lo he dudado -dijo Rodrigo seducido hasta el último rincón de su ser por la embriagadora presencia de Daniela-.
- Entra. No hay nadie en casa, puedes esperar dentro a que termine.

Rodrigo entró. En el interior pudo observar como el pequeño vestíbulo que lo recibía daba paso a un amplio salón al frente, que estaba en semipenumbra. A la izquierda había otro cuarto en el que se distinguían entre las tinieblas las siluetas propias de una cocina. Sin fijarse demasiado en las otras habitaciones acompañó a Daniela por las iluminadas escaleras de la derecha, que subían hacia el primer piso.

Daniela le pidió que se acomodara en su cuarto mientras que ella terminaba en la ducha, pues el resto de la casa estaba hecha un desastre. La habitación era pequeña y estaba ordenada de tal manera que parecía sacada de una revista. El dulce perfume de Daniela impregnaba cada rincón de aquel habitáculo. Ella estaba delante de él, invitándole a tomar asiento, pero Rodrigo no escuchaba. Sus sentidos estaban totalmente extasiados por la idílica estampa: un lugar de ensueño, la muchacha más maravillosa del mundo semidesnuda y un deseo tan fuerte que los consumía a ambos. Rodrigo comenzó a acercarse a Daniela despacio, midiendo cada paso y cada mirada, totalmente ebrio de amor, mientras ella lo contemplaba con sus grandes ojos marrones, tímida y ardiente al mismo tiempo. Rodrigo le acarició el rostro con la mano, toco sus labios con la punta de los dedos, bajó su brazo a la altura de la cintura de Daniela y la atrajo para sí. Sus miradas se encontraron en el instante de máximo deseo. Rodeados por un halo mágico y consumidos por la pasión,  sus labios se acercaron atraídos por la irrefrenable fuerza del amor.

3 comentarios:

  1. Después de leer esto cualquier persona se preguntará ¿Quién es Federico Moccia? Felicidades Pablo

    ResponderEliminar
  2. Estoy bastante enganchada a esta especie de "novela por entregas". Echaba de menos a sus personajes. Tengo muchas ganas de conocer cómo devendrá esta juvenil historia de amor.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar