sábado, 17 de diciembre de 2011

Sueños de verano, Capítulo dos

El Sol del mediodía entraba por la ventana. El calor empezaba a ser sofocante mientras escuchaba a los vecinos discutir. Rodrigo alcanzó el mando del aire y se dio un respiro de aire fresco mientras se tumbaba boca arriba en la cama y empezaba a pensar. ¿Había sido Daniela real o un sueño idílico de verano? Mientras reflexionaba sobre esto empezó a sentir la desagradable sensación que deja el alcohol en el gaznate por la mañana, e intento apartar esos pensamientos para ir a beber agua. Sin embargo, no podía dejar de pensar en ella, aun sin saber si era una vana ilusión o una tangible realidad.


Tras beber agua, un fuerte deseo lo empujó hacia el teléfono. Tenía que llamar a Juan Pablo. Sin embargo su amigo no le cogía el teléfono. Empezó a desesperarse, llamó varias veces más, sin éxito. Subió a su cuarto y se tumbó en la cama, decidido a calmarse. No había pasado ni un día desde que la conoció, aquello no podía ser bueno para él, parecía un perturbado. Tomó entre sus manos Rimas y Leyendas y comenzó a leer: "Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar..." entre las líneas de aquel poema se sintió arropado, la belleza de la rima y la genialidad del verso calmaban su alma y lo hacían evadirse a otro mundo. "Solo es la novedad", pensaba, "tan solo es el saber que una chica nueva me ha prestado más atención de lo normal". Sin embargo, en su cabeza sonaba una y otra vez como la brisa primaveral entre los azahares, suave y dulce, el nombre de Daniela.


Después de comer algo y dormir un rato, anhelando soñar con ella para al menos poder verla en las fantasías de su mente dormida, sonó el teléfono. Era Juan Pablo.

- ¿Juan Pablo? Menos mal que apareces, ¿dónde estabas?
- En mi casa no, querido Rodrigo, en mi casa no. Si yo te contara...
- ¿Has dormido con Sofía verdad?
- Y lo que no es dormir amigo mío
- Era de suponer, ¿cuándo vamos a quedar de nuevo con ella y Daniela?
- No vamos a quedar más, ya me he acostado con ella, ha dejado de interesarme.
- Pero si ayer me la describiste como una diosa...-dijo Rodrigo consternado-.
- Su cuerpo es de diosa, pero su cerebro es de mosquito.
- Pero, necesito quedar con ellas, quiero volver a ver a Daniela.
- ¿Te ha gustado mi prima?- dijo entre carcajadas-. Puedo darte su número, la llamas y quedas.
-  Me moriría de vergüenza, lo sabes. Tenemos que quedar los cuatro, tengo que seguir conociéndola para tener confianza
- Pues lo siento, pero no cuentes conmigo. Oye me tengo que ir. Mañana te llamo.
- ¡Juan Pablo!- gritó Rodrigo a la nada, su amigo había colgado-.

Al principio quedó desconcertado por la respuesta de su amigo. Pronto se recuperó del golpe y la ira empezó a apoderarse de él, sentía el violento impulso de golpear algo con fuerza, pero se calmó. Comenzó a razonar. Conocía bien a aquel mequetrefe que tenía como amigo, tendría que insistir un poco pero acabaría accediendo, tan solo tendría que esperar un poco. El problema era que no quería esperar, deseaba ver a Daniela con toda su alma. Pero quizás el esperar también calmaría un poco su agitada mente.

Trató de abstraerse de la realidad en lo que le quedaba de día, mas no había demasiado que hacer. Siguió leyendo poemas de Bécquer, distrayendo su mente con la hermosura de la rima viva. Navegando entre sus líneas encontró un diminuto poema, apartado en un rincón, pequeño y tímido, casi avergonzado de estar entre aquellas poesías mayores. "Yo soy ardiente, yo soy morena..." no lo había leído nunca, por lo que siguió leyendo con el entusiasmo de saber que había encontrado un nuevo tesoro. "Mi frente es pálida, mis trenzas de oro..." Rodrigo terminó de leer la estrofa deseando embarcarse en la siguiente, queriendo saber qué buscaba Bécquer. "Yo soy un sueño, un imposible, vano fantasma de niebla y luz, soy incorpórea, soy intangible, no puedo amarte. ¡Oh ven, ven tu!". Rodrigo quedó impactado.

Aquel poema, cuya existencia no conocía, cuyo profundo saber había estado escondido durante mucho tiempo a sus ojos, lo había maravillado. Parecía como si no hubiese existido hasta el momento justo en el que le hizo falta, como si aquella pequeña poesía hubiese estado esperando el momento adecuado para salir. Bécquer le había abierto los ojos. Daniela parecía un imposible, las dudas de por la mañana se lo confirmaban, ¿era sueño o era realidad? Realmente era ambas a la vez. Podía tocarla levemente, pero, como un sueño, se desvanecía al final de la noche, podía recordarla, pero solo entre la bruma que rodea a las fantasías. Era un imposible, por eso la deseaba tanto. Ninguna otra muchacha lo había hecho sentir así con el simple recuerdo de una noche de verano.

No conseguía evadirse. Se vistió y salió de su casa corriendo. Caminó durante un largo rato, y llegó al embarcadero. Se apoyó en la baranda y contempló de nuevo la puesta de Sol sobre el río, la armonía de la naturaleza en el lento fluir del río entre los juncos y la belleza de un cielo rosa y anaranjado. El viento comenzó a agitar sus cabellos mientras comenzaba a calmarse. Aquel paisaje lo calmaba siempre. Permaneció allí durante un gran periodo de tiempo, sosegando su corazón. Pensaba en cómo el día anterior había podido contemplar aquello con la tranquilidad de una mente equilibrada, sin preocupaciones, y tan solo un día después estar tan afectado. Decidió que tenía que calmarse un poco, que tenía que olvidar aquella obsesión en que se había convertido una muchacha a la que veinticuatro horas antes no conocía. Olvidaba Rodrigo lo caprichoso que es el amor y lo difícil que es escapar a sus dulces garras.

Aquel lugar, aquella calma, mitigaba su aflicción pero no la sanaba del todo. Sabía que pese a todo lo que había hecho para tranquilizarse solo la presencia de Daniela haría que se encontrase bien. Maldijo a Juan Pablo. En su mano estaba el poder verla de nuevo, quizás no pronto, pero al menos tendría una fecha que anhelaría, y ese anhelo cubriría la nostalgia de no verla y el deseo de sentirla cerca. Sin embargo, recordó lo que había pasado aquella tarde y supo que no podría hablar con Juan Pablo hasta el día siguiente. Se resignó y comenzó a pensar el regresar a casa para cenar y dormir pronto, para que las horas pasasen rápido. Una mano le toco el hombro suavemente. Se giró lentamente y se quedó completamente sorprendido al contemplar aquel dulce rostro. Era Daniela.

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