Aquella noche había sido impresionante, jamás en toda su vida lo habían pasado tan bien. Habían ido a los mejores bares del centro, con la mejor música, la mejor cerveza y las mejores mujeres. El alcohol, el baile y el amor de una noche los habían extasiado, habían probado lo que es divertirse en el mundo de la noche de la capital, y no podían imaginar nada mejor. Cuando el Sol empezaba a intuirse por encima de aquellos altos edificios, mientras daban tumbos sin sentido por aquellas famosas calles, se percataron de que era hora de regresar a casa. Tardaron bastante en encontrar su coche, de un rojo intenso, aparcado bastante lejos de donde sus ebrios pasos les habían conducido. Les seguía de cerca, sin que lo advirtieran, una sombra siniestra.
Mientras esto ocurría, lejos de allí, un hombre de mediana edad se levantaba de la cama sobresaltado. "Maldito despertador" pensó. Se duchó y se vistió con rapidez, el sueño le había arañado demasiados minutos y ahora llegaría tarde. Fue al cuarto de sus pequeños y los llamó mientras su mujer se levantaba. Les besó y les dijo que estudiasen mucho, se sintió triste ya que sería la única vez que los vería en todo el día hasta por la noche, cuando estarían tan cansados que solo podría llevarlos a la cama. "El sábado jugaré con ellos todo el día". Y con ese pensamiento feliz y con una sonrisa en su rostro les volvió a besar, luego a su mujer y se despidió. Bajó las escaleras rapidamente y cogió el coche con prisa, sino corría llegaría tarde y el jefe le abroncaría. Sintió frío al montarse en el coche, mucho más del que hacía en la calle, pero puso la calefacción y pronto se pasó, arrancó y salió disparado hacia el trabajo. Un negro y helado espectro iba sentado en la parte trasera sin que aquel hombre pudiese verlo.
Los muchachos cogieron el coche después de haberse recorrido media ciudad. Estaban extenuados, solo querían llegar a sus casas y dormir, soñar y recordar lo que había sido una noche memorable. Nadie se percató de que todos iban demasiado borrachos como para conducir.Uno de ellos se puso al volante y arrancó, pisando el pedal a fondo desde el primer momento, ganándose con ello la aprobación de sus camaradas. Una vez sentados las ganas de fiesta volvieron, y pusieron la música tan alta que dolían hasta los oídos mientras cogían la carretera rumbo a su pueblo a una velocidad bastante más alta de la recomendada.
La carretera estaba tranquila esa mañana, quizás era porque iba bastante más tarde de lo habitual. El buen hombre agradecía que hubiese tan pocos coches, no le gustaban las carreteras como aquella, de doble sentido, en las que un despiste a 120 Km/h puede costarte algo más que un susto. Era una bonita mañana, sin duda, el cielo era completamente azul y las copas de los árboles reflejan un verde intenso y especial. Se sentía feliz pese a ser tiempos difíciles para él y su familia, pero sabía que unidos saldrían adelante, y con este nuevo trabajo que había conseguido todo sería más fácil. Mientras pensaba todo esto, a lo lejos vislumbró un coche rojo, le pareció que iba de un lado a otro y demasiado rápido, pero aun estaba demasiado lejos para verlo bien. En otra situación habría aminorado la marcha por precaución, pero iba tarde y, además, ¿quien iba a ir borracho un viernes por la mañana?
El coche rojo era una fiesta, las ganas aun no habían menguado, estaban bailando y riendo, mientras se acercaban velozmente a su destino. Al muchacho que conducía le pareció gracioso invadir el sentido contrario por un momento y asustar a los coches que venían de frente, sus compañeros, entre el susto y la risa, aplaudieron la temeridad. Repitieron esa acción varias veces entre carcajadas. Tantas carcajadas había que no se percataron de un pequeño coche blanco que se acercaba. Un giro de cabeza, una distracción provocada por una broma, un segundo de despiste, y cuando el muchacho que conducía, ebrio de alcohol y de risas, vio lo que se le venía encima fue demasiado tarde. La sombra que los había estado acechando cayó sobre ellos con toda su fuerza.
El hombre del coche blanco había observado el coche rojo, parecía que se había estabilizado, probablemente nunca había estado inestable y era todo fruto de su mente aun dormida. Lo que si parecía claro es que iba deprisa, "otro pobre desgraciado que va tarde", pensó el hombre mientras se dibujaba una sonrisa en su cara. De repente el coche rojo invadió su carril, demasiado tarde para evitarlo, demasiado rápido para frenar, tan inesperadamente que cualquier reacción fue inútil. El frío y oscuro espectro desenvainó la guadaña.
El choque fue brutal, salvaje, pareció una explosión, una bomba. Los coches dejaron de existir en el momento mismo del impacto para convertirse una amalgama de piezas rotas y carrocería destrozada mezcladas con carne y sangre. En el violento choque las sombras se llevaron en un segundo cinco vidas, y dejaron agonizando a una más.El hombre del coche blanco, entre chatarra que se le clavaba por todos lados, aplastado, destrozado y con un frío que le consumía, no recordaba demasiado bien lo que había pasado. Notó ruido a su alrededor y se percató de sirenas y luces parpadeantes, distinguió policías y médicos de urgencias mientras escuchaba porrazos por detrás de su cabeza. "¡Si no lo sacan ya no podremos salvarle la vida!" decía uno de los médicos. "¡Maldita sea no podemos hacer más!" gritaba una voz detrás de él.
"Hablan de mi" pensó aquel buen hombre del coche blanco. Dejó de escuchar lo que decían de él, dejó de notar el dolor, y simplemente pensó en su familia, en aquella bella mujer con la que compartía su vida, a la que los años no le habían quitado su hermosura, en aquellos dos pequeños pilluelos que le alegraban la vida con tan solo una sonrisa, era muy afortunado, sin duda. Y entonces el miedo le asaltó mientras la vida se le escapaba, no volvería a ver aquel rostro lleno de luz y de sueños que le enamoró, no volvería a besar aquellos labios; la sonrisa de sus hijos sería tapada con la oscuridad de la nada, no volvería a jugar con ellos, no calmaría su llanto de dolor cuando se cayesen, no podría dormir con ellos cuando monstruos infantiles les quisieran quitar el sueño, no los vería crecer, equivocarse, no los podría consolar ni aconsejar, no los vería hacerse hombres mientras la vejez lo consumía feliz por haber dado a aquellas dos personitas todo cuanto tenía. En su rostro manchado de sangre se empezaron a resbalar dos lagrimas de tristeza mientras los bomberos se desvivían por sacarlo de aquel montón de chatarras y los médicos se desesperaban al ver que no podían salvarle la vida. Todo fue inútil, las sombras del asfalto ya habían reclamado su alma.
Me estremecio tu relato,no por lo duro de la historia sino porque se asemeja tanto a la realidad...
ResponderEliminarMe has enganchado al relato desde el primer renglon y eso es de agradecer..
Me ha gustado mucho tu blog, te lei en 20 bloggs y decidi venir a conocer tu trabajo, sin duda no me ha defraudado.
Suerte en el concurso.
Besos.
Mar