jueves, 8 de diciembre de 2011

Sueños de verano, Capítulo uno

La brisa de la tarde acariciaba su rostro y agitaba su pelo. El Sol se estaba poniendo y un tono anaranjado inundaba cada rincón de aquella bella imagen. El río discurría calmado, parecía casi parado. En la otra orilla los patos nadaban entre los juncos. Las nubes, rosas cual algodón de azúcar, se movían con tranquilidad. La gente a su alrededor hablaba en voz baja, como con miedo de romper aquella armonía entre hombres y naturaleza. Apoyado en la baranda del embarcadero, Rodrigo admiraba la idílica estampa que se mostraba ante sus ojos. Estaba acostumbrado a aquel lugar y a la belleza que irradiaba en la puesta de Sol, pero siempre que se paraba a recordar lo hermoso que era quedaba maravillado. "No por conocerla bien dejará de sorprenderme" pensaba.


Siguió su camino pensando en lo que debía de hacer mientras el viento mecía su camisa entreabierta. Era placentero recordar que nada había que hacer aquella tarde, ni la siguiente, ni en lo que restaba de mes. Había sido un buen año en la universidad y su recompensa era la calma y el tiempo libre. Atrás quedaron tardes de biblioteca y noches de agobio, su esfuerzo había merecido la pena. Ahora podía dedicarse a leer, pasar tiempo con los amigos y echar alguna que otra tarde de fútbol o de piscina.

Entre estos agradables pensamientos llegó a su casa, abrió la puerta y entró, sintiendo una bocanada de aire fresco que emanaba del interior de ella. "Mama se pasa con el aire acondicionado", pensó. Subió a su cuarto y se tiró en la cama, giró su cabeza y encontró lo que buscaba: Rimas y Leyendas, de Bécquer. Lo había dejado allí antes de salir y ahora retomaba su lectura. "Mientras se sienta que ríe el alma sin que los labios rían...", había leído aquel poema miles de veces, y no dejaba de sorprenderle toda la belleza que en unas palabras se pueden recoger.

Sonó el móvil, era Juan Pablo. Lo descolgó y le preguntó el motivo de la llamada. Juan Pablo quería salir por la noche. Le comentaba que había quedado con su prima y con una amiga, que se animase a salir. Su amigo era un Casanova de los de antes, un caballero a la par que un mujeriego; trataba a las mujeres como estas querían ser tratadas, un poco con amor, un poco con maldad, y todas caían rendidas a sus pies. Siempre las cautivaba a todas, y casi nunca dejaba nada para los demás. Pero ese día era diferente, no podría cautivar a su propia prima, lo cual era muy interesante. Rodrigo aceptó.

El espejo reflejaba a un chico medio despeinado, con una camisa de cuadros entreabierta sobre una camiseta blanca con un gracioso dibujo y unos vaqueros azul oscuro. "Perfecto", pensó. Tras rociarse con unas gotas de colonia salió de su cuarto y le dijo a su madre que llegaría tarde. Al salir notó como el calor de la tarde había dejado paso al fresco de la noche. Anduvo durante algún tiempo hasta llegar al lugar donde había quedado con Juan Pablo, unos minutos antes de la hora acordada. Le gustaba ser puntual. Al poco rato llegó su amigo, tarde como siempre. Su aspecto no se diferenciaba mucho del suyo, llevaba el pelo peinado hacia atrás con unos mechones que le caían hacia delante dándole un aspecto despreocupado a la vez que interesante, una camisa negra lisa sobre una camiseta gris con la marca de una famosa tienda y unos vaqueros claros que contrastaban con aquello, rematado todo con unas botas marrones.

Comenzaron a andar mientras Juan Pablo le contó que recogerían a las muchachas en el embarcadero. "Bonito lugar para una cita" pensó Rodrigo. Hablaron sobre las muchachas, a las cuales Juan Pablo ya conocía. Al parecer la amiga de su prima era poco menos que una diosa, perfecta en sus formas y bella en su rostro, con unos ojos de un azul intenso y una melena castaña clara, larga y sedosa. Rodrigo sonreía ante aquella idílica descripción, sabía que su amigo solo definía a una mujer de una manera tan idealizada cuando la deseaba profundamente. También sabía que si su amigo la deseaba de tal manera aquello, tarde o temprano, acabaría entre sábanas. Juan Pablo habló largo rato de la amiga pero, sin embargo, no dijo ni una sola palabra sobre su prima.

Se acercaban ya al embarcadero cuando vislumbraron las siluetas de las dos muchachas. Se acercaron lentamente, al ritmo que marcaba Juan Pablo, pues este siempre pensaba que había que hacerse de rogar. Conforme se iban acercando Rodrigo empezó a distinguir detalles de las muchachas gracias a la luz de las farolas. Una de ellas, sin duda la amiga de la prima de Juan Pablo, era realmente una diosa, bella y perfecta, pero no deslumbraba tanto como la prima de su amigo. No supo si era por saber que su amigo quería a la otra joven, o simplemente porque aquella carita angelical le obsequió con una sonrisa nada más llegar, pero sin duda quedó prendado de ella desde el primer instante.

- ¡Hola prima! mira este es Rodrigo, Rodrigo ella es Daniela -la sonrisa, simpática y sincera, se agrandó-. Hola Sofía, querida mía, dame dos besos. ¡Qué guapas estáis hoy!

"Juan Pablo en toda su esencia" pensó Rodrigo mientras se acercaba a darle dos besos a Daniela. En ese momento le envolvió un aroma embriagador que cautivó sus sentidos, quedó por un momento a su merced, y sus dos dulces y suaves besos lo terminaron de someter. Su belleza era modesta pero insuperable, no tenía curvas de infarto ni pechos voluptuosos, pero en su mesura estaba su perfección. Aquel rostro perfectamente dibujado, en proporción armoniosa en todas sus partes, pequeño y tierno, bello y seductor, inyectaba en su interior una calidez que no había experimentado nunca.

Comenzaron a caminar los cuatro juntos. Juan Pablo iba a lo suyo, estaba seduciendo a Sofía a un ritmo incluso superior a lo acostumbrado, y Sofía se dejaba querer con una facilidad pasmosa. Mientras, como ajenos a aquel despliegue de seducción, Rodrigo y Daniela intentaban hablar entre balbuceos cargados de timidez. Llegaron a una zona de bares y entraron en su cervecería de siempre, aunque esa noche no importaba el local sino la compañía.

Avanzó la noche y la timidez fue dejada a un lado al son de la ninfa rubia del alcohol. Hablaron de multitud de temas mientras Juan Pablo daba cada vez pasos más grandes hacia la cama de Sofía. Fue una gran noche, cargada de buenos momentos. Rodrigo había trabado una buena relación con Daniela gracias a que su calenturiento amigo apenas les había echado cuenta a ambos. Sus miradas eran cada vez más cómplices mientras sus sonrisas eran cada vez más sinceras. "Ah, dulce alcohol y deliciosa compañía, ¿se le puede pedir algo más a una agradable noche de verano?" pensaba Rodrigo.

Llegó la hora de marcharse. Deshicieron el camino hasta llegar al embarcadero, donde Rodrigo se preparaba para despedirse de las muchachas y continuar el camino con su amigo. Pero Juan Pablo tenía otros planes. Le dijo a Rodrigo que acompañaría a Daniela y Sofía mientras le guiñaba un ojo. "Llega el ataque final a todo o nada" pensó Rodrigo con una sonrisa de complicidad en sus labios. Le dio un fuerte apretón de mano a Juan Pablo y dos besos a Sofía. Dejó a Daniela para el final. La agarró tiernamente por los hombros, se acercó despacio, le besó la mejilla con dulzura y le susurró al oído "me ha encantado conocerte y me gustaría volver a verte, eres maravillosa". Ella lo miró con dulzura y timidez, algo sonrojada. "A mí también me gustaría volver a verte pronto" alcanzó a decir con un ligero susurro. Tras esto le sonrió una vez más y se marchó en dirección a su casa con el cuerpo ebrio y el alma dichosa, mientras en su mente mil sueños tomaban forma.

2 comentarios:

  1. Me gusta blog, Pablo, me he pasado un buen rato leyendo tus relatos. están cargados de sensibilidad. A ver si tienes suertecilla con el premio.

    Un abrazo.

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  2. Tengo ganas de leer el segundo capitulo :)
    Bonitos nombres Pablito
    (L)

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